¿TRADICIÓN O FACILIDAD?

Será el mismo sazón ahora en sobre, más no es la misma nutrición ni la misma intención que se imprime a un platillo recién hecho.

En este mundo apresurado en el que nuestros días están saturados de actividades, hay muchas familias que se han alejado de la cocina.

En las casas de las abuelas, cocinar era todo un evento. Amanecía y la cocina despertaba llena de expectativas, lista para las labores del día. Abundaban los alimentos frescos y enteros, aquellos que hay que lavar, desinfectar, cortar, a veces pelar, cocer, sazonar. El proceso creativo que va desde el imaginar el menú de la comida considerando sabor, textura, acompañamientos, temperatura, etc. sucedía en la cabeza del encargado o generalmente encargada (la mujer) de la cocina. Tomando en cuenta necesidades, deseos y antojos de otros miembros de la familia, se elaboraba desde cero cada uno de los platillos, la comida de todos los días.

En este nuevo siglo, comer se ha vuelto en muchos casos, simplemente un acto para eliminar esa terrible sensación que llamamos hambre. Cuánto más rápido y fácil nos la quitemos, mejor. Otro objetivo es que al quitar el hambre el sentido del gusto se vea sumergido en una experiencia de sabor enaltecido, muchas veces adulterado por químicos, exceso de sal o azúcar. Hemos perdido también la sutileza del paladar que detecta la dulzura en los granos enteros y los vegetales, que no sólo tolera sino que aprecia una ligera amargura en algunos vegetales de hoja verde o semillas, inclusive la habilidad o deseo de masticar adecuadamente la comida, tema que trataré aparte.

Cuando yo tenía 10 años, mi mamá, embarazada de mi hermana menor tenía un antojo muy especial. A ella le gustaban los tacos de los albañiles, de aquellos preparados por las esposas muy temprano en la mañana y recalentados por ellos en una pequeña fogata con leña todos los días al mediodía. Su antojo hacía que ella se apresurara a tener listo el caldo, el arroz, la ensalada y el guiso del día para intercambiarlo a ellos por sus tacos. Ellos gustosos con la variedad, hacían el intercambio. Ese taco en tortilla hecha en casa y alimentos frescos preparados diariamente ha sido intercambiado por el famoso “Vikingo”, salchicha en pan blanco que se vende en tiendas de conveniencia. Es más fácil, rápido y económico.

Para aliviar la epidemia de obesidad que tantos problemas de salud está generando tanto en adultos como en niños, es necesario regresar a la cocina. Preparar nuestros alimentos conscientes de que es un regalo que nos damos a nosotros mismos y a aquellos con quienes los compartimos. No es tiempo gastado el que se invierte en la compra y preparación de los alimentos, es una inversión y un privilegio.

Estoy convencida de que con una buena organización en nuestras cocinas, menús y compras podemos mantener la tradición de preparar alimentos enteros, de temporada y locales de manera práctica. Una familia donde papá y mamá trabajan tiene el argumento perfecto para seguir una dieta donde abunden los productos empacados. Si

es cierto que hay que dedicar tiempo y trabajo para preparar menús saludables, sin embargo nuestro bienestar y el de nuestros hijos, ¿no lo vale?

Todos deseamos asegurarles a nuestros hijos un crecimiento sólido y menores probabilidades de desarrollar enfermedades en la edad adulta. Vivir con la preocupación por un hijo constantemente enfermo, el gasto en doctores y medicamentos, la posibilidad de un bajo rendimiento escolar o en el trabajo, entre muchos otros problemas, son un gasto en energía, tiempo y dinero, seguramente mayor al que podemos invertirle a la preparación diaria de la comida.

Cuando compramos productos como estos, estamos dejando en manos de otros la selección de ingredientes que se ha comprobado, dañan nuestra salud. Un ingrediente principal en estas sopas en sobre es el glutamato monósodico, saborizante altamente adictivo y científicamente comprobado como cancerígeno. ¿Realmente vale la pena consumirlo?

Hay mucho trabajo por hacer para vencer el criterio de fácil, económico y rápido, que no es más que una excusa que nos impide construir una buena salud e intercambiarlo por consciencia, intención, tiempo y devoción por el proceso creativo de cocinar y nutritivo de sentarnos a la mesa.